lunes, 25 de noviembre de 2013

寒い


Viene el frío como un niño de manos diminutas.

(Ana Baliñas)


Llega el frío y es algo que no debería sorprenderme. Año tras año el mismo juego, y sin embargo no puedo acostumbrarme, dejar de correr delante de ese crío como si hubiera posibilidad alguna de escapatoria. Como si finalmente no fuera a llegar, a alzarse sobre las puntas de los pies, y a posar su pequeña palma azul en la indefensa nariz, la mejilla siempre expuesta, el pecho, frágil de nacimientos (no hay error). —Se acabó, tú la llevas, ahora te toca correr a ti. Y oyes su risa alejándose en esta mañana de noviembre.

Camino por la calle, y puesto que las personas se han transformado en abrigos, botas, bufandas y demás monstruos de armario, ya no me siento obligada a humanas etiquetas. Podría cruzar algún: "¡cuidado, lavar en seco!", o un "¡no olvide echarles betún incoloro, amigo!" de forma totalmente legítima. Supone todo un alivio el poder comunicarse de forma útil.

Pese a todo, echo de menos mi carne (alguna más también), y me escondo bajo las sábanas, y me pongo triste de novela histórica, y me vuelvo egoísta de calor propio, y tomo chocolate caliente, así, sin alcohol ni nada. Pequeñas enfermedades de carácter temporal.

Y si tengo suerte, y llueve, o si el parque está helado, o si me quedan pocas horas para entregar un trabajo, hacer un examen, o cualquier otra circunstancia que me impida salir a perder el tiempo, entonces, quizás ENTONCES, pueda escribir algo que merezca la pena.