Viene el frío como un niño de manos diminutas.
(Ana Baliñas)
Llega el frío y es algo que no debería sorprenderme. Año tras año el mismo juego, y sin embargo no puedo acostumbrarme, dejar de correr delante de ese crío como si hubiera posibilidad alguna de escapatoria. Como si finalmente no fuera a llegar, a alzarse sobre las puntas de los pies, y a posar su pequeña palma azul en la indefensa nariz, la mejilla siempre expuesta, el pecho, frágil de nacimientos (no hay error). —Se acabó, tú la llevas, ahora te toca correr a ti. Y oyes su risa alejándose en esta mañana de noviembre.
Camino por la calle, y puesto que las personas se han transformado en abrigos, botas, bufandas y demás monstruos de armario, ya no me siento obligada a humanas etiquetas. Podría cruzar algún: "¡cuidado, lavar en seco!", o un "¡no olvide echarles betún incoloro, amigo!" de forma totalmente legítima. Supone todo un alivio el poder comunicarse de forma útil.
Pese a todo, echo de menos mi carne (alguna más también), y me escondo bajo las sábanas, y me pongo triste de novela histórica, y me vuelvo egoísta de calor propio, y tomo chocolate caliente, así, sin alcohol ni nada. Pequeñas enfermedades de carácter temporal.
Y si tengo suerte, y llueve, o si el parque está helado, o si me quedan pocas horas para entregar un trabajo, hacer un examen, o cualquier otra circunstancia que me impida salir a perder el tiempo, entonces, quizás ENTONCES, pueda escribir algo que merezca la pena.
Ains pimpollo mío, siempre fuiste egoísta al calor propio... lo que te cuesta dar un abrazo, mismamente.
ResponderEliminarSiempre escribes cosas que merecen la pena.
ResponderEliminar